“En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle” Mahatma Gandhi “John Q.”
es una película hollywoodense de la primera década de este siglo, en la que se narra el drama de una familia que tiene que conseguir un trasplante de corazón para su hijo. En ese contexto del capitalismo deshumanizado de los Estados Unidos, salta a la vista la frivolidad de estamentos de la sociedad como el sistema de salud, la policía, el periodismo y la ciudadanía del común, enmarcada dentro de la lucha conmovedora y profundamente digna del padre, John Q., para conseguir el órgano idóneo para su hijo, viéndose obligado a irrumpir en el hospital y tomar unas personas como rehenes, ya que el valor de lo que podía pagar de su seguro no cubría los gastos de esta intervención.
El hospital cuidando sus finanzas niega el servicio, el alcalde pensando tal vez en su reelección presiona al comandante de la policía, este a su vez ataca al secuestrador y un periodista ambicioso ofrece un espectáculo amarillista a una multitud ávida de trivialidad y alejada de una realidad en la que todos terminan siendo víctimas de un sistema cada vez más de espaldas a la situación de las clases media y baja. John Q. termina pagando una condena por secuestro y su hijo salvado al mejor estilo del drama cinematográfico, que casi nunca sucede en la vida real. ¿Por qué este preámbulo? En la dinámica económica mundial los más poderosos siempre le han impuesto a los más débiles sus condiciones, sin que de estas se salven los sistemas de salud, educación, tributario, comercial, empresarial y de pensamiento, entre otros, los más débiles por supuesto son Latinoamérica, Asia y África, es decir, el bloque subdesarrollado y, en este argumento del séptimo arte, se nos pinta muy bien un régimen de salud gringo muy exitoso en términos económicos y fracasado en términos sociales y humanistas.
Ahí vamos todos en esa fila, ese es el rumbo que nos han trazado potencias como Estados Unidos o Rusia, según el can al que pertenezca el hueso. Joe Biden, por su lado, impone el pensamiento y estilo de vida gringo y Vladimir Putín, por el suyo, obliga a sus gobernados a vivir al estilo que él ha impuesto. Abajo, bien abajo, el pueblo resignado y engañado cree que decide su destino únicamente porque le han vendido la idea que la democracia consiste en depositar un voto, sin tener en cuenta el conjunto de valores, deberes y derechos que ella trae consigo.
En esa carrera la sociedad de consumo, la religión, el miedo, el adoctrinamiento, la represión, la estigmatización, la guerra y otras veleidades se convierten en instrumentos muy útiles para el encasillamiento de uno y otro bando hegemónico. Estados Unidos nos vende la ilusión de una felicidad por el camino del consumo ilimitado, Rusia vende la ilusión de una sociedad perfecta a partir de sus valores morales y ahora también consumistas. Sin embargo de cuando en vez se asoman rebeldes con un grado máximo de dignidad, como la de John Q para mostrarnos que el camino es diferente al que nos han adiestrado en la casa y en la escuela, que reclamar lo que merecemos debe ser lo cotidiano y no el servilismo y la frivolidad, tan utilizados a partir de dogmas y borregos a la hora de justificar su desgracia. Mientras cada uno de nosotros estemos más preocupados por el estatus quo particular, por la apariencia y el arribismo nunca vamos a entender que hay normas, sistemas, procedimientos y patrones que nos han venido imponiendo a partir de la manipulación y que van socavando la soberanía individual y colectiva. Cuando John Q enfrenta la administración del hospital y a la policía le da una lección a su comunidad de decoro, de orgullo personal y familiar que desafortunadamente no fue entendida porque esa comunidad estaba distraída frente a las pantallas de los televisores esperando a que la policía diera el golpe final y lo matara para saciar su sed de sensacionalismo… todo un reality show.
Nos venden ideologías, modas, temores, pecados, ilusiones y todo cuanto pueda encarcelarnos la conciencia para guiar a su arbitrio poblaciones sometidas por sus propios prejuicios y aprensiones. La dignidad como delito y la frivolidad como valor, es el mensaje. Denzel Washington interpreta magistralmente a John Q, este papel de padre tan comprometido como desesperado para poder entregar a su hijo el futuro que creía mejor para él. Asumió este rol después de haber interpretado a un policía corrupto en “Día de entrenamiento”, que a propósito de todos los escándalos que por estos días están asomando a la luz, también podría ser una buena opción para un sábado de ocio, de sofá y de reflexión.
Fabián Octavio Pinzón Beltrán
Comunicador Social – Periodista
Abogado